La abeja reina

La vida no puede entenderse si no se lucha por ella. Lo diría mi abuela. Y diría también que la vida no puede entenderse si no se le echan un par de ‘corajes’. 

Mi abuela Antonia, Juli, Chirlina, ‘mama’ (sin tilde) es mi única abuela en el sentido más estricto de la palabra.

Poco o nada entiendo mis recuerdos de “chica“ sin la matriarca de las López Acosta, sin la dama del delantal sin manchas, dueña y señora de un pequeño reino repleto de hadas. Un reino en el que empleaba el sentido común en lugar de una varita mágica para mantenerlo todo a raya.

En mis recuerdos de chica, la gran abeja reina que es mi abuela revolotea a lo largo y a lo ancho de su casa, la casa de todos nosotros; hace vuelos malabares sobre los fogones y cocina amor en cantidades para después repartirlo en tarteras individuales, en partes iguales. Mi abuela siempre tuvo cientos de tapers de amor dispuestos para dar, llegase quien llegase.

Es verdad que el amor de mi abuela fue equitativo, sí, pero también fue un amor personalizado; fue firme, pero protector. Fue un amor activo, inteligente, orgulloso, incansable, vital y seductor. Supo atraernos para mantenernos unidos, nos apiñó y nos conquistó. De haber podido, también nos hubiese metido a todos en un gran táper.

Mi abuela, curtida en mil batallas, fue la mujer soldado más valiente. Fue más fuerte que el hambre, que la escasez, que las habladurías y que el miedo. Fue la que le dijo a la vida con un par de ‘corajes’: “Aquí estoy y aquí me quedo. Te reto”. Y a la vida, ante semejante plante con los brazos en jarras, no le quedó más remedio que cederle el sitio que le correspondía.

Es cierto que tuvo que tragarse los problemas a bocanadas y pelearse con demonios sola, a golpe de ingenio. Pero ni los unos ni los otros consiguieron apartarla de su camino. Se empleó siempre a fondo y maquinó, negoció, medió, calculó, investigó, gobernó y por todos los que hoy estamos aquí, bien podemos decir que triunfó. De haber tenido un lema, el suyo hubiese sido: “Con los problemas no se pacta. O los vencemos o nos vencen”. Y mi abuela, a fuerza de coraje, los venció.

Os voy a contar un secreto. Juani, es un secreto especialmente dedicado a ti. En un cajón de su cómoda, envuelta en un pañuelo agarrado con un imperdible, Antonia, la abuela, guardó una caja. Dentro está todo el coraje que a ella le sobró. Cada vez que nos falte, Juani, podremos abrir esa caja y utilizar el que necesitemos. Hay mucho coraje y hay mucho para todas. Si lo utilizas, tú también ganarás batallas. Yo por mi parte no pienso desperdiciar semejante legado.

De mi abuela quiero quedarme con la imagen de una fotografía. En ella estaba disfrazada para una fiesta del gimnasio. Tenía poco más de 80 años, fijaos, y sonreía con las mismas ganas con las que se bebía y disfrutaba la vida.

Quiero confiar en que algún día nos la volveremos a encontrar tan vital como entonces en la tierra de sus padres, en su tierra, con las alas desplegadas y manteniendo la temperatura de la colmena para nosotros.

Estoy segura de que el Dios Padre en el que mi abuela tanto creía me perdonará por mi insolencia, pero no me cabe la menor duda de que a mi abuela ya la ha acogido en su seno. No podría ser de otra forma.

Hoy cumples 45

Sí te pienso, David.

Y te invento.

Por ejemplo, que eres padre. De dos. Y que somos un montón para cenar en Navidad. Que la yaya no descuelega las cortinas ella sola. Espera al día que vas a comer con los niños para lavarlas. Que el yayo le va contando a todo el vecindario que has ascendido (no podía ser de otra manera), y aunque se pasa de plasta, le dejamos porque a ver quién no estaría como un pavo.

Que has ido con el enano a ver el concierto de Loquillo para volver a los años locos del ‘Cácilac solitario’ y eres tú quien me manda el vídeo. Allí estás, a pleno pulmón sobre las gradas y con el smartphone en una mano grabando a todo gas, mientras coreas las letras con un bourbon en la otra. Más mayor, claro, pero más sereno, como todos. Para la ocasión, te has vuelto a peinar el tupé, te has puesto los vaqueros remangados y las botas negras gordas que a mí siempre me parecieron de buceador de los 50. Y el pendiente, ahí, donde siempre. ¿Te acuerdas de cómo hicimos el agujero? Sí, hombre, en el cuarto de baño, a escondidas, con una aguja gorda quemada, un hilo de lana roja enhebrado y ¡ala! a perforar el lóbulo. Todavía me tiembla el pulso. Y después, bueno, después, no hubo forma de evitar los gritos locos de madre cuando te vio la oreja como un pimiento. Meses te costó bajar la infección, pero, al final, luciste pendiente.

Te invento más.

Que me llamas todavía loquita, que hablamos por whatssap y que discutimos los tres hermanos, tres, sobre política en la sobremesa familiar de algún sábado o domingo. En esa charla nos acordamos de que ahí mismo había un muro que tiramos a mazazos una mañana.

Que eres tío. Que tu sobrino te mira con admiración. Que te pregunta mucho por tu trabajo y que te enseña cómo le queda tu chupa vieja de faena. Que le prometes que cuando te cambien la que llevas, se la darás también.

A Coca le ves de vez en cuando y recordáis los meses compartidos de destino que os tocó años después y por casualidad.

Que aún os juntáis algunos en la ‘L’ y que habláis de los que buscaron el futuro más lejos. Como eres muy discreto, no cuentas lo que sabes sobre los otros. Cosas que sólo te cuentan a ti.

Que has cambiado de moto -ya van tres- y no te pierdes un gran premio a pesar de las cantaletas de tu mujer. Pero ahora tardas más de tres horas en recorrer 600 kilómetros porque ya te has llevado algún susto y no quieres más; por tus hijos, por ti, porque no piensas morirte sobre la 1.000. Y cuando llegas a Montjuic y te ves con Rafa, es como si el tiempo se detuviera año tras año, en 1994.

Que en la boda de Javi la liaste parda porque te hacía feliz que la novia de tu ‘hermamigo’ se decidiera de una vez. Que le llenaste la habitación del hotel de purpurina y que aún lleváis los dos la cruz de los ‘paracas’. Y que yo no lloré al ver a Raquel entrar en la fiesta.

Que mañana comemos o no todos juntos para celebrar que hoy cumples 45. Pero que cumples 45 y que aquel 24 de noviembre del 94 no hubo llamadas, ni hospitales, ni llantos, ni desesperanza y no fue como realmente fue.

Te imagino una vida no perfecta, pero una vida al fin y al cabo.

Feliz cumpleaños, hermano.

 

 

Conversaciones en topless

Es Peter, Petre y Daniel. No por ese orden, pero responde a todos. Su madre le cambió el de Petre por Daniel cuando se salvó de una faringitis que casi se le lleva al otro barrio a los 10 años. En su pueblo, Transilvania, existe la creencia de que si la muerte se cruza en tu camino en algún momento de la vida lo mejor es despistarla poniéndote otro nombre. Y su madre no tuvo reparos en seguir la tradición por si acaso. Lo de Peter vino por una profesora de Universidad que no se aclaraba con la derivación rumana de Pedro y lo ventiló por la vía rápida. A ella con complicaciones no.

Todo esto me lo contó Petre-Daniel-Peter mientras yo me encontraba con las tetas al aire delante de su sonrisa plácida, un tupé esculpidísimo y unos ojillos azules muy sonrientes. Quizá por encontrarme de semejante guisa o porque Petre debe haber visto cientos de pares de senos, en ningún momento desvió su mirada de la mía y yo no me percaté de mi exposición en ningún momento. Petre me colocó una a una las mamas para ver por dentro y además evitar que la máquina de las mamografías me amputara los pulmones. Una máquina, por cierto, de última generación especial por su software y de la que, según me contó Petre, solo hay tres.

Me hacía gracia que se empeñara tanto en que no me sintiera incómoda. ¡Pero si yo no me daba ni cuenta de mi medio streeptess! La batita de papel de fumar que me dio al entrar no evitaba el topless ni dándole tres vueltas pero para Petre era como la Sábana Santa y la utilizaba para cubrirme cada vez que exploraba uno de los pares. Delicadísimo, eficacísimo y concentradísimo. Y yo bla, bla, bla y bla como si estuviera de cañas.

Me lo pasé bien con Petre y pensé que había tenido suerte de haberle caído en gracia. Pero mientras esperaba tumbada con las manos detrás de la cabeza para la ecografía en el cuarto de al lado, le escuché hablar con una señora mayor. Para ella tenía otra conversación pero la misma atención y las mismas ganas de hacerla sentir bien y confiada.

Antes de irme le dije que gente como él hacían de nuestra Sanidad, la Pública, la mejor. Le di las gracias de verdad y me fui de allí contenta por varias razones. La primera, que por fortuna no hay nada malo dentro de mis mamas. La segunda, que Petre me había hecho sentir en el Ritz de los hospitales. Para que luego digan.

Iluminada es su nombre

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Iluminada.

Ese es su nombre. Y va al frente de 26 o más cada año con los faros de su nombre alumbrándoles el camino hacia el futuro. Se llama Iluminada y vaya si da luz. A diestro y siniestro, pero no igual, no con el rasero típico de ‘vamos a hacer media’, no, sino con un rasero propio de quien ha nacido para enseñar y aprender al mismo tiempo, el rasero de la vocación: a cada cual lo que requiere. Que es dificilísimo ya lo sabemos, pero ella lo logra con una naturalidad pasmosa, vamos, que dan ganas de pedirle la receta y aplicarla no ya a 26, si no al tuyo (hijo único o no) que ya es bastante.

Iluminada tiene algo de lo que carecen muchas personas-profesionales de la Educación: responsabilidad y ganas. Es de esas ‘profes’ que sabe lo que se trae entre manos, las mentes de nuestros hijos, y sabe que con eso no se juega.

Iluminada sí responde. Iluminada se interesa, Iluminada sufre, Iluminada se esfuerza, Iluminada no da a nadie por perdido, Iluminada le echa horas, Iluminada se agota pero se mantiene hasta el final. Iluminada rompe moldes en esto de lidiar con niños. Se preocupa, se ocupa, se lo deja todo en el aula y fuera de ella.

La de tardes que me ha escuchado y me ha respetado las lágrimas más allá de su horario laboral sin mirar el reloj pero sí a mis ojos empeñada en saber cómo actuar con Claudio, cómo ayudarle a encontrar su camino.

Son 26, pero qué 26. Llevan en su impronta a Iluminada, llevan sus principios -la persona por encima de todo, la empatía como estandarte, el esfuerzo como arma- grabados en sus cabecitas preadolescentes, matizados según su propio carácter, CI y contexto. Son 26 muy diversos, pero a todos se les nota que Iluminada ha pasado por sus vidas. A mí también se me nota y soy la 27.

Iluminada da a luz cada año y le salen unos niños preciosos. Los últimos, ya con un pie en la ESO, han aprendido más que ningún otro de los privados y prestigiosos colegios nacionales e internacionales. Es la pura verdad y cuando quieran se lo demuestro. Porque aprender a ser persona, a trabajar el yo y el otro, a descubrir para lo que valemos cada uno, aceptarnos y valorarnos no tiene precio. Eso, señores, no se paga con nada.

Este curso se embarcó en el proyecto LOVA con sus 26 a los que puso en el camino de descubrirse y ser descubiertos. Guiados pero no acogotados, libres para decidir y asumir las consecuencias pero nunca juzgados, intervenidos solo cuando la ocasión lo requería y animados a expresarse con libertad. Los 26 se hicieron llamar ‘Los Comenotas’ y se han comido también el mundo con un par. Nos han demostrado su excelencia y originalidad. Están a años luz de otros porque Iluminada también lo está. Comparo, claro que comparo, porque ni todo da igual ni todo es lo mismo.

A Iluminada jamás le podré hacer un regalo como el que se merece. Imposible. Puedo llevarla a modo de camafeo en mi corazón para siempre y puedo dedicarle este post para la posteridad, pero no sé si serán suficientes. Iluminada es la Profe, la que sí se lo ha currado, la que ha sabido aceptar el reto, la que todos los padres queremos en las vidas de nuestros hijos y en las nuestras, porque hasta a nosotros nos ha enseñado. El mérito es de los 26, pero el mérito es más suyo.

Iluminada es un jabata indispensable. No pongo una foto suya por discreción pero debería conocerla todo el mundo. Afortunadamente, le queda aun mucho de vida laboral y todavía puede parir tan bonito a varias generaciones más, lo que por otro lado es una gran suerte para nuestra sociedad.

Si hay más como Iluminada esparcidos por ahí, invito a que se hable de ellos más que de los otros.

Iluminada, gracias.

A lo mejor se llama involución

– Mamá, ¿cómo hemos llegado hasta aquí los seres humanos?

Trato de aclarar sus dudas y le explico lo último que se sabe sobre el primer hombre; que surgió en África, que más tarde y poco a poco emigró a otras zonas del planeta donde hace menos calor. Que su piel y su cuerpo se adaptaron a los distintos ambientes aclarándosele la piel y los ojos en unos casos, haciéndose más grande o más pequeño en función de la temperatura en otros y que esas son las únicas diferencias entre los seres humanos: lo que llamamos razas. Sin apenas dejarme terminar, la pregunta es un escopetazo.

– Mamá, entonces ¿por qué hay racistas si somos los mismos pero cambiados?